
Eran aquellos otros tiempos. Entonces era el sol
el que decía cuándo había que empezar a trabajar y cuando darlo, al fin, por
terminado. En lugares con más población, la torre de la iglesia era el
reloj comunal, costumbre que muy pronto adoptaron las casas
consistoriales de esas poblaciones más laicas y con más ingresos…
Las maquinarías y la tecnología eran
escasas… la vida se regía por un ritmo más lento… El trabajo era por
jornadas, un apretón de manos cerraba los tratos. Si cumplías tu palabra
y te afanabas en el trabajo establecías una relación laboral que se
transmitía por generaciones. ¡Había humanidad!.
En tiempo de vendimia bueyes y mulas
se veían por doquier tirando de carros y carretas repletos de comportas
rebozantes de uvas o portando en sus alforjas esos racimos que habían
madurado bajo el sol y el atento cuidado de sus cultivadores. Hasta los
negros burrillos se sumaban a esa procesión incesante que comenzaba muy
de mañana.
El otoño era la esperanza de muchos
campesinos. Terminada la cosecha de granos… la vendimía les ayudaría a
pasar el duro invierno. El trasiego era constante durante esas fechas
por las distintas viñas de la región; familias al completo se
desplazaban un año más.
Una cuchilla curva con mango de madera hocilla, tranchete o corquete,
era la herramienta a usar por el vendimiador. Y a llenar cestos de uvas
desde el amanecer… Una condición muy interesada -se dice- era impuesta
desde muy antiguo por el dueño del viñedo: había que cantar mientras se
trabajaba, así se garantizaba que la cosecha no fuera mermada para
satisfacer el hambre del trabajador.
Muchos pueblos recobraban vida, se
inundaban del olor dulzón del jugo de las uvas, del sonido cadencioso de
los cascos de las reatas y el tintinear de sus cascabeles rumbo al
lagar; gozaban de antemano de las novedades que los reencuentros con
estos vendimiadores itinerantes les aportarían.
Los viñedos, un año más verían
perturbado su silencio y quietud monacal con ese ir y venir de gente
afanada con la ayuda inestimable de bueyes, mulas y pollinos…
Se comenta que las cepas más viejas
habían transmitido a todas las que formaban esa comunidad de la viña
unas palabras en este sentido:
Alegraos, estas criaturas que cada año,
puntualmente, parecen perturbar nuestra quietud siguen nuestra doctrina:
se rodean de los animales que eligió Jesús para que le acompañasen en
su nacimiento y en su entrada triunfal a Jerusalén; y no sólo esto, nos
alivian de nuestra carga, siguen nuestros principios de ora et labora y aplican nuestro lema de que cantar es rezar dos veces.
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