jueves, 26 de diciembre de 2013

Mulas y bueyes, de cuando iban al portal del lagar


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    Eran aquellos otros tiempos.  Entonces era el sol el que decía cuándo había que empezar a trabajar y cuando darlo, al fin, por terminado. En lugares con más población, la torre de la iglesia era el reloj comunal, costumbre que muy pronto adoptaron las casas consistoriales de esas poblaciones más laicas y con más ingresos…
    Las maquinarías y la tecnología eran escasas… la vida se regía por un ritmo más lento…  El trabajo era  por jornadas, un apretón de manos cerraba los tratos. Si cumplías tu palabra y te afanabas en el trabajo establecías una relación laboral que se transmitía por generaciones. ¡Había humanidad!.
    En tiempo de vendimia bueyes  y mulas  se veían por doquier tirando de carros y carretas repletos de comportas rebozantes de uvas o portando en sus alforjas esos racimos que habían madurado bajo el sol y el atento cuidado de sus cultivadores. Hasta los negros burrillos se sumaban a esa procesión incesante que comenzaba muy de mañana.
    El otoño era la esperanza de muchos campesinos. Terminada la cosecha de granos… la vendimía les ayudaría a pasar el duro invierno. El trasiego era constante durante esas fechas por las distintas viñas de la región; familias al completo se desplazaban un año más.
    Una cuchilla curva con mango de madera hocilla, tranchete o corquete, era la herramienta a usar por el vendimiador. Y a llenar cestos de uvas desde el amanecer… Una condición muy interesada -se dice- era impuesta desde muy antiguo por el dueño del viñedo:  había que cantar mientras se trabajaba, así se garantizaba que la cosecha no fuera mermada para satisfacer el hambre del trabajador.
    Muchos pueblos recobraban vida, se inundaban del olor dulzón del jugo de las uvas, del sonido cadencioso de los cascos de las reatas y el tintinear de sus cascabeles rumbo al lagar; gozaban de antemano de las novedades que los reencuentros con estos vendimiadores itinerantes les aportarían.
    Los viñedos, un año más verían perturbado su silencio y quietud monacal con ese ir y venir de gente afanada con la ayuda inestimable de bueyes, mulas y pollinos…
    Se comenta que las cepas más viejas habían transmitido a todas las que formaban esa comunidad de la viña unas palabras en este sentido:
    Alegraos, estas criaturas que cada año, puntualmente, parecen perturbar nuestra quietud siguen nuestra doctrina: se rodean de los animales que eligió Jesús para que le acompañasen en su nacimiento y en su entrada triunfal a Jerusalén; y no sólo esto, nos alivian de nuestra carga, siguen nuestros principios de ora et labora y aplican nuestro lema de que cantar es rezar dos veces.

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